CONTINUACIÓN
 

 

Pero la era más dura, la peor, es la Edad del Hierro. Dicen los griegos que en esa época, el crimen se entronizará en la sociedad humana; la modestia, la verdad y el honor no serán considerados más que como palabras vacías, el lugar que ocupaban como valores humanos, serán reemplazados por el fraude, el engaño, la violencia y el enfermizo afán de ganancia. Los marinos navegarán por todos los mares y los árboles serán desprendidos de las montañas. La Tierra, que hasta ahora había sido cultivada en común, comenzó a ser dividida en posesiones particulares y los hombres, insatisfechos con la producción de la superficie, comienzan a horadarla para extraer las riquezas de su interior.

Entonces se produjo el engañoso hierro y el oro, más peligroso aún. Usando ambos metales como armas, la guerra se extenderá por todas partes. El visitante no estará a salvo en la casa del amigo; hijos y padres, hermanos y hermanas, maridos y mujeres desconfiarán el uno del otro; los hijos querrán que sus padres mueran, para heredarlos; desaparecerá el amor familiar y la Tierra se cubrirá de risas falsas y los dioses la irán abandonando uno a uno. La última en dejar la Tierra será Astrea, la inocencia y pureza, hija de Themis, la justicia.

Viendo este estado de cosas, Zeus arderá de ira y convocará a un congreso de dioses. Todos obedecen el llamado y toman camino hacia el palacio de los cielos. El camino, que uno lo puede ver claramente en las noches, en el centro de cielo: la Vía Láctea. A lo largo del camino se encuentran, según los antiguos griegos, los palacios de los dioses más ilustres, los seres corrientes del cielo viven en cambio a ambos lados de la Vía.

Una vez reunidos los dioses, Zeus se dirige a la asamblea describiendo el espantoso estado de la Tierra y termina anunciando su decisión de destruir a la totalidad de sus habitantes para crear una nueva raza, distinta de la anterior, que sea más feliz de vivir y así alaben mejor la grandeza de los dioses.

Apenas terminó de hablar, Zeus toma uno de sus rayos y cuando iba a arrojarlo contra la Tierra para destruir mediante el fuego a sus habitantes, cuando se dio cuenta de que una conflagración así pudiera poner en peligro a los propios cielos y cambió de táctica.

Amarró al viento del norte y soltó las cadenas que aprisionaban al viento del sur. Pronto un manto de nubes negras cubrió la Tierra dejando caer torrentes de lluvia. Las plantas de granas se tendieron y la labor de los campesinos quedó destruida en menos de una hora.

No contento aún, Zeus llamó a su hermano Poseidón, el dios de las aguas terrenales. Éste sacó de madre a los ríos que inundaron la Tierra al mismo tiempo que ordenaba un terremoto que hizo caer el flujo de los mares sobre las playas. Castillos, hombres, animales y casas fueron barridos por las aguas embravecidas.

Cualquier gran edificio intacto era asaltado por las olas y pronto sus torres quedaban sumergidas.

Los textos y las tradiciones clásicas se explayan en la descripción de esta destrucción hasta que finalmente no quedó sino agua sobre la superficie de la Tierra, sólo el Parmaso, elevado sobre todas las montañas, se levantaba sobre las aguas.

 

 
 
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