NAVEGACION |
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Allí buscaron refugio los únicos sobrevivientes. Deucalión y su mujer, Pyrra, ambos de la raza de Prometeo. Él era un hombre justo y Pyrra una mujer con gran fe en los dioses.
Apenas Zeus vio que estaba todo devastado y sólo quedaban estos sobrevivientes, soltó al viento del norte para que despejara las nubes y separase los cielos de la tierra. Poseidón ordenó a Tritón que soplara su cuerno. Las aguas obedecieron y poco a poco recuperaron su cauce normal, aparecieron otra vez las playas y los ríos volvieron a sus cauces.
Entonces Deucalión habló así a su esposa: "Esposa, única mujer sobreviviente, antes nos unió el matrimonio y la crianza de los hijos. Ahora nos une un peligro común. Tal vez haya recaído sobre nosotros el poder de nuestro antepasado Prometeo, y tendremos que renovar la raza humana tal como él lo hizo la primera vez. Pero como no estamos seguros, vamos al templo y preguntemos a los dioses lo que debemos hacer".
Entraron al templo, deformado por el cataclismo y se acercaron al altar donde ya no ardía el fuego sagrado. Se postraron en tierra y rogaron por una inspiración divina que les permitiera resolver la miserable situación en que estaban. El oráculo respondió así:
"Abandonen el templo con la cabeza velada, las vestiduras sueltas y vayan arrojando detrás los huesos de vuestra madre".
Escucharon asombrados. Finalmente Pyrra comentó: "No podemos obedecer, ¿cómo vamos a profanar los restos de nuestros padres?"
Ambos cayeron después en una profunda meditación. Hasta que Deucalión dijo: "O me engaña mi inteligencia o hay una sola forma de cumplir este mandato sin caer en la impiedad. La Tierra es la gran madre de todo y las piedras son sus huesos. Esos son los huesos que podemos arrojar detrás nuestro sin ser impíos... Creo que eso es lo que quiere decir el oráculo, y por último, no haremos daño intentándolo".
Así, velaron sus cabezas, se desataron las vestiduras, cargaron numerosas piedras y las fueron arrojando a sus espaldas a medida que caminaban.
Y entonces sobrevino el milagro: las piedras crecieron, haciéndose más suaves y adquiriendo formas humanas, como pedazos de rocas en las manos del escultor. Las piedras que arrojaba Deucalión se convertían en hombres y las de Pyrra en mujeres. Y así los dioses, eso decían los griegos, repoblaron la Tierra con una raza más acostumbrada al trabajo.
Este viejo mito ha de sobrevivir hasta nuestros días no sólo en las creencias y las frases populares, sino que ha sido recreado por numerosos poetas y escritores.
Así, la comparación entre Eva y Pandora es obvia y no se le escapó a John Milton, el gran poeta inglés, que la introdujo en el Libro IV de su Paraíso Perdido. A su vez, Prometeo ha sido un personaje abundantemente recogido por los escritores. Como arquetipo, Prometeo representa un poder amable, amigo de la humanidad, maestro de la civilización y de las artes.
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